sábado, 24 de marzo de 2018

CAPÍTULO I



Me resultaba un tanto extraño que de todas esas personas me eligiera a mí. Y lo resalto porque yo no era la típica estudiante de primer año que anda con una sonrisa en los labios, y espera caerle bien a todo el mundo. Ni me caracterizaba por una gran expresividad, eso era totalmente cierto para los muchos que me veían día a día por  los pasillos de la facultad, siempre con un libro bajo el brazo o con los audífonos puestos. Pero también era verdad que para los pocos quienes en cierto grado me conocían y con esto me refiero a solo un número que lo puedo contar con los dedos de la mano, yo podía ser la más graciosa de las personas. No pretendo presentarme como aquella persona reservada, que se aleja de los desconocidos, pero que tiende a abrirse con sus amigos. No, ese no es mi caso.
Podrían considerarme tímida, reservada, e incluso algunos me tildarían de soberbia. Creo que ninguno de esos adjetivos describe con exactitud cómo era en ese entonces, ni como soy hoy. Incluso, en estos días se me torna un poco arduo el describirme. Solía creer que la mejor forma de saber cómo eres, es escuchando lo que los demás dicen de ti, y así evitas caer en subjetividades. Oír lo que mis compañeros, familiares decían sobre mí y aceptar sus palabras hubiese significado asumir cosas que no eran del todo correctas. Por otra parte, hoy puedo afirmar con seguridad  que tú sí llegaste a conocerme como nunca nadie lo hizo. Y el “yo soy yo y mi circunstancia” que usaba Ortega y Gasset para explicar lo condicionados que estamos por el mundo, que todo es una interrelación entre nuestros pensamientos y el medio que nos rodea, lo podía reemplazar con un yo soy yo y mis problemas, soy yo y mis miedos, soy yo y mis sueños, soy yo y mis manías. Allí conociste cada parte de mí, te hablé incluso de ese pedazo de la historia de mi vida que anduve guardando por mucho.
Recordaría la tarde en la que parecía que el mundo se me venía abajo. No tenía a nadie a quien decirle lo mal que me estaba yendo y sintiendo en ese tiempo, a nadie en quien confiar y contar ese tema, que por años estuvo persiguiéndome. Aún lo hace. De repente, aparecías y me preguntabas  cómo estaba, si es que estaba libre y si podíamos ir a almorzar. Hubiese sido mejor, decirte que me iba de maravillas, que en los estudios estaba con las notas más altas de la clase, que no solo llegaría a ser tercio sino que el quinto superior me esperaba, decirte que emocionalmente atravesaba la mejor de mis etapas. En casa, podía coger el teléfono, imitar una voz, llamar a algún desconocido que me cayera mal, y jugarle una broma .Incluso, podía inventar las historias más inverosímiles y contarlas con exorbitante realismo, logrando que así que mi madre o cualquier otro me creyese.
Para mi  suerte o desgracia, el mentir en estos otros temas me era  sumamente difícil, por no decir imposible. Había algo en mi mirada que me delataba. Aquella tarde te conté lo que no podía aguantar más. En un inicio, tuve miedo de que al enterarte salieras huyendo, pensando que era altamente probable que yo tampoco esté del todo bien, que era herencia familiar  y que en un futuro terminase en una institución mental. Pero no, dijiste que eras una buena persona y que si lo sentía conveniente, llorase. En aquel momento, no pude más que pensar en “La Tregua” de Benedetti, cuando Martín Santomé encuentra a Blanca, su hija, llorando y las palabras de ella: “Tengo la horrible sensación de que pasa el tiempo y no hago nada, y nada acontece, y nada me conmueve hasta la raíz”. Así me sentía. Luego, te hablaría hasta por los codos de él, de cómo admiraba a ese viejecito que con unas palabras sencillas me llegaba directamente al alma.  Me puse a llorar como una niña chiquita.
Así te fuiste convirtiendo en la persona que más me conoce, que sabe de mis inseguridades, de mis manías que a cualquiera fácilmente pueden enloquecer, que el tiempo, la puntualidad son reglas de oro en mi vida, que puedo ser una completa loca y olvidarme de lo que pasa a mi alrededor, que suelo tener conversaciones conmigo misma en voz alta.
Por eso mismo, duele admitir que fuiste mi única maldita excepción, aquella que me hizo cometer las locuras menos pensadas, que  para la mayoría no serían más que meras acciones. Sin embargo, para mi significaron el dejar de lado mi egoísmo. Era la primera vez que me preocupaba por alguien con quien no compartía algún lazo sanguíneo o que se tratase de alguno de los pocos amigos, si es que así puedo llamar a ese reducido grupo de personas con quienes de cuando en cuando compartía  gratos momentos.
Entendía que si bien aquel tiempo fue uno de los más felices de mi corta  existencia, por no decir que fue el más feliz, en el que me olvidaba de los muchos asuntos que estaban sacando lo peor de mí, debía admitir que no todo consistió de  risas interminables , también hubo lágrimas. Quizá, demasiadas lágrimas, lamentos, y palabras que nunca debieron ser pronunciadas. Aunque lo dudes, me enseñaste mucho. Que nunca es bueno guardarse lo que uno lleva dentro. Y con esto, hablo específicamente a los sentimientos. Recuerdo que cuando era niña tenía esta extraña actitud por no mostrarme tal cual era. Me refiero a que si tenía ganas de llorar, no lo haría por vergüenza .Después ,en mi garganta no se formaría el típico nudo del cual muchas personas hablan sino sentiría una especie de vacío, y en otras ocasiones sentiría un frío que me recorrería el cuerpo, y empezaría a sudar solo de miedo. También que nunca es recomendable e incluso  dañino aferrarse a algo o alguien. Lo entendía ahora que te marchabas. No habría más conversaciones  sobre todo y nada, ni encuentros que terminarían con nosotros caminando bajo la luna, ya no habría más canciones de amor y esperanza.
Todo se reducía simplemente al “sigue adelante, sé fuerte”. Era demasiado evidente que me habían roto el corazón: sufría una pena de amor. Entonces, cabía preguntarse  qué es el amor. Una vez, un conocido anduvo diciéndome que el amor no era más que pura costumbre, puro acto rutinario, te acostumbras a pasar el tiempo con alguien, a hablarle, a verlo. Y si el amor no encerraba más que un hábito, estaba complacida con él. Lástima que  tenía que  dejar tan cómoda y organizada agenda, empezar de cero. Pero no, el amor debía ser algo más. Era esta necesidad de ya no  preocuparme solo por mí, por mis beneficios. Era comenzar a ver la vida ya  no de forma individual, sino como un camino para recorrer de a dos.
Desafortunadamente, debía seguirlo sola y tendría que encontrar la manera de unir los  pedacitos de mi corazón y si por allí alguno faltase me encargaría de construir unos nuevos. Por el  momento, aún sigo en el proceso de reconstrucción de mi triste corazón coraza que es como  llamo a ese órgano crucial   para los seres humanos. Quisiera decir que pronto lo tendré funcionando adecuadamente, que esto es solo una etapa. En sí, lo es .Lástima que no sé cuánto ha de durar. Quizá unas cuantas semanas más, unos cuántos meses más. No lo sé.